Con motivo de la entrega de medallas de Extremadura al pueblo de Barrancos, busco en la red los héroes que allí dejaron su huella y descubro un sinfín de artículos en los que emotivamente se reflejan testimonios de la obra del Teniente portugues Antonio Augusto de Seixas, héroe ánonimo que no soportó el dolor de sus vecinos españoles y entregó una mirada de compasión, luchando contra una causa que no sentía justa, logrando así, salvar la esperanza de mil quinientos extremeños.
Quiero sumarme al agradecimiento a todos los que han hecho posible conocer lo que allí aconteció y poder dar las gracias a nuestros vecinos Portugueses por su auxilio en un momento tan bajo y oscuro de nuestra memoria.
"Barrancos, los héroes anónimos de la guerra"
"Un destello de horror y pena se le escapa de la mirada cuando su memoria vuelve a la infancia. Es la herida que lleva en el alma desde que era niño. Con apenas 12 años vio cómo madres desesperadas corrían de la muerte con sus hijos en brazos mientras eran perseguidas por militares sin piedad. Había oído que España estaba en guerra, pero jamás imaginó semejante crueldad.
Sostiene con dignidad el peso de los 85 años. Las arrugas de su frente delatan una vida dedicada al campo y su rostro se ilumina cuando su mujer, con la que ha cumplido las bodas de oro, le regala una mueca de cariño.
Manuel Agudo dos Santos, o el Tío Marujo, como es conocido en Barrancos, su pueblo -localidad portuguesa situada a pocos kilómetros de la frontera-, es de los pocos supervivientes que fueron testigos de uno de los episodios más bárbaros, y a la vez humanitarios, que sufrieron los extremeños durante la Guerra Civil española.
Las tropas franquistas habían entrado por el sur en la provincia de Badajoz y arrasaron con todo lo que se encontraron a su paso. Los pacenses vieron en la frontera un destino de fuga para huir del miedo y la violencia del conflicto armado y no dudaron en pedir ayuda a sus vecinos lusos. Siguiendo el curso del río Ardila, que discurre a lo largo de La Raya, llegaron a Barrancos, un municipio muy pobre en aquella época y con unos 4.000 habitantes, que los acogió como si fueran sus hermanos y creó para ellos dos campos de refugiados a los que diariamente llevaban víveres. Además, muchas familias escondieron en su propia casa a varios de los perseguidos para evitar que los militares españoles los detuvieran y, muy probablemente, los fusilaran.
Unos 1.500 extremeños procedentes de pueblos como Oliva de la Frontera, Jerez de los Caballeros, Villanueva del Fresno, Valencia del Mombuey y Fregenal de la Sierra salvaron su vida gracias a esta muestra de solidaridad tanto del pueblo de Barrancos como de los guardias portugueses que tenían la misión de vigilar la frontera.
Al frente estaba el teniente António Augusto de Seixas, que se enfrentó a sus superiores y se jugó su puesto al considerar una injusticia la situación de los refugiados que llegaban del otro lado.
Este capítulo de la contienda española vive en la memoria de los que estuvieron allí, pero es casi desconocido para las nuevas generaciones de ambos lados de La Raya.
Por ello, tanto el Ayuntamiento de Oliva de la Frontera como la delegación extremeña de la Asociación de la Memoria Histórica han pedido que se le conceda a Barrancos la Medalla de Extremadura «por el apoyo humanitario que prestó a los refugiados extremeños» y que así su hazaña tenga reconocimiento oficial.
En aquella época el Tío Marujo vivía en un chozo y ayudaba a su padre en las labores del campo. «Desde lo alto del cerro lo vi todo. Recuerdo una vez que un teniente, en un caballo negro, se enfrentó a un militar español que perseguía a una mujer que ya había cruzado la frontera. Le dijo que se fuera de allí, que ese era su territorio y que no volviera. El español se dio la vuelta y no dijo ni pío. La mujer besó los pies del teniente», cuenta este barranqueño. Se trataba de Augusto de Seixas y, desde ese momento, se convirtió en leyenda.
Su mujer, María Remedios, toma la palabra para subrayar que «la Guerra de España», como ellos la llaman, fue «muy mala». Ella tenía nueve añitos, vivía en el pueblo y también guarda en su memoria sucesos de aquellos tiempos. Recuerda que una mañana su madre la despertó para ir a ver a «los españoles que venían entre los árboles, porque antes no había carreteras».
«Debajo de mi casa habitaba un matrimonio que tenía recogidos a cinco. Nos daban mucha pena», cuenta esta señora con un acento casi idéntico al de Olivenza. Habla español perfectamente, al igual que todas las personas mayores y muchas de mediana edad de este municipio luso -los jóvenes lo tienen más olvidado-. «Lo aprendí en mi casa porque mis padres lo hablaban, era una necesidad por lo del contrabando. El portugués lo estudié cuando pude ir a la escuela». De hecho, Remedios habla con sus hermanos y amigos en español, pero cuando se dirige a su marido lo hace en portugués, o en barranqueño, como llaman a su dialecto, «una 'mistura' de las dos lenguas».
Barrancos organizó a mediados del año 36, cuando empezó la guerra, dos campos de refugiados para acoger a los exiliados extremeños: Coitadinha y Russiana. Ambos se ubican en un paraje de singular belleza y que, paradójicamente, ha sido proclamado Parque Nacional. El primero era 'legal' y conocido por las autoridades portuguesas, mientras que el segundo fue un invento del teniente Seixas para seguir dando cobijo a los españoles sin que el Gobierno del dictador Salazar, que apoyaba a Franco, tuviera conocimiento.
Los campos de acogida se hallaban en un valle y la única estructura que tenían era una especie de casa de baño, construida con chapas de cinc y trozos de encina, dividida en dos partes para separar a mujeres y hombres.