viernes, 4 de septiembre de 2009

Medalla de Extremadura



Con motivo de la entrega de medallas de Extremadura al pueblo de Barrancos, busco en la red los héroes que allí dejaron su huella y descubro un sinfín de artículos en los que emotivamente se reflejan testimonios de la obra del Teniente portugues Antonio Augusto de Seixas, héroe ánonimo que no soportó el dolor de sus vecinos españoles y entregó una mirada de compasión, luchando contra una causa que no sentía justa, logrando así, salvar la esperanza de mil quinientos extremeños.

Quiero sumarme al agradecimiento a todos los que han hecho posible conocer lo que allí aconteció y poder dar las gracias a nuestros vecinos Portugueses por su auxilio en un momento tan bajo y oscuro de nuestra memoria.



"Barrancos, los héroes anónimos de la guerra"

"Un destello de horror y pena se le escapa de la mirada cuando su memoria vuelve a la infancia. Es la herida que lleva en el alma desde que era niño. Con apenas 12 años vio cómo madres desesperadas corrían de la muerte con sus hijos en brazos mientras eran perseguidas por militares sin piedad. Había oído que España estaba en guerra, pero jamás imaginó semejante crueldad.

Sostiene con dignidad el peso de los 85 años. Las arrugas de su frente delatan una vida dedicada al campo y su rostro se ilumina cuando su mujer, con la que ha cumplido las bodas de oro, le regala una mueca de cariño.

Manuel Agudo dos Santos, o el Tío Marujo, como es conocido en Barrancos, su pueblo -localidad portuguesa situada a pocos kilómetros de la frontera-, es de los pocos supervivientes que fueron testigos de uno de los episodios más bárbaros, y a la vez humanitarios, que sufrieron los extremeños durante la Guerra Civil española.

Las tropas franquistas habían entrado por el sur en la provincia de Badajoz y arrasaron con todo lo que se encontraron a su paso. Los pacenses vieron en la frontera un destino de fuga para huir del miedo y la violencia del conflicto armado y no dudaron en pedir ayuda a sus vecinos lusos. Siguiendo el curso del río Ardila, que discurre a lo largo de La Raya, llegaron a Barrancos, un municipio muy pobre en aquella época y con unos 4.000 habitantes, que los acogió como si fueran sus hermanos y creó para ellos dos campos de refugiados a los que diariamente llevaban víveres. Además, muchas familias escondieron en su propia casa a varios de los perseguidos para evitar que los militares españoles los detuvieran y, muy probablemente, los fusilaran.

Unos 1.500 extremeños procedentes de pueblos como Oliva de la Frontera, Jerez de los Caballeros, Villanueva del Fresno, Valencia del Mombuey y Fregenal de la Sierra salvaron su vida gracias a esta muestra de solidaridad tanto del pueblo de Barrancos como de los guardias portugueses que tenían la misión de vigilar la frontera.

Al frente estaba el teniente António Augusto de Seixas, que se enfrentó a sus superiores y se jugó su puesto al considerar una injusticia la situación de los refugiados que llegaban del otro lado.

Este capítulo de la contienda española vive en la memoria de los que estuvieron allí, pero es casi desconocido para las nuevas generaciones de ambos lados de La Raya.

Por ello, tanto el Ayuntamiento de Oliva de la Frontera como la delegación extremeña de la Asociación de la Memoria Histórica han pedido que se le conceda a Barrancos la Medalla de Extremadura «por el apoyo humanitario que prestó a los refugiados extremeños» y que así su hazaña tenga reconocimiento oficial.

En aquella época el Tío Marujo vivía en un chozo y ayudaba a su padre en las labores del campo. «Desde lo alto del cerro lo vi todo. Recuerdo una vez que un teniente, en un caballo negro, se enfrentó a un militar español que perseguía a una mujer que ya había cruzado la frontera. Le dijo que se fuera de allí, que ese era su territorio y que no volviera. El español se dio la vuelta y no dijo ni pío. La mujer besó los pies del teniente», cuenta este barranqueño. Se trataba de Augusto de Seixas y, desde ese momento, se convirtió en leyenda.

Su mujer, María Remedios, toma la palabra para subrayar que «la Guerra de España», como ellos la llaman, fue «muy mala». Ella tenía nueve añitos, vivía en el pueblo y también guarda en su memoria sucesos de aquellos tiempos. Recuerda que una mañana su madre la despertó para ir a ver a «los españoles que venían entre los árboles, porque antes no había carreteras».

«Debajo de mi casa habitaba un matrimonio que tenía recogidos a cinco. Nos daban mucha pena», cuenta esta señora con un acento casi idéntico al de Olivenza. Habla español perfectamente, al igual que todas las personas mayores y muchas de mediana edad de este municipio luso -los jóvenes lo tienen más olvidado-. «Lo aprendí en mi casa porque mis padres lo hablaban, era una necesidad por lo del contrabando. El portugués lo estudié cuando pude ir a la escuela». De hecho, Remedios habla con sus hermanos y amigos en español, pero cuando se dirige a su marido lo hace en portugués, o en barranqueño, como llaman a su dialecto, «una 'mistura' de las dos lenguas».

Barrancos organizó a mediados del año 36, cuando empezó la guerra, dos campos de refugiados para acoger a los exiliados extremeños: Coitadinha y Russiana. Ambos se ubican en un paraje de singular belleza y que, paradójicamente, ha sido proclamado Parque Nacional. El primero era 'legal' y conocido por las autoridades portuguesas, mientras que el segundo fue un invento del teniente Seixas para seguir dando cobijo a los españoles sin que el Gobierno del dictador Salazar, que apoyaba a Franco, tuviera conocimiento.

Los campos de acogida se hallaban en un valle y la única estructura que tenían era una especie de casa de baño, construida con chapas de cinc y trozos de encina, dividida en dos partes para separar a mujeres y hombres.

Mientras los vecinos portugueses daban ropa y alimento a sus refugiados, la provincia pacense era asolada por el ejército franquista. El historiador Francisco Espinosa Maestre, natural de Villafranca de los Barros y afincado en Sevilla, asegura que «la Guerra Civil ocasionó más fusilamientos en la zona sur de Badajoz que en provincias enteras de toda España».
«Almendralejo y Mérida opusieron más resistencia y fueron bombardeadas por la aviación. Testimonios de la época cuentan que se llevaron tres días recogiendo cadáveres y que los trasladaron de pie en los camiones para acabar antes». Espinosa resalta que la diferencia de la batalla en Badajoz con respecto al resto es que aquí hubo testigos de la masacre, periodistas portugueses -Mário Neves fue el más conocido- que consiguieron burlar la censura del Gobierno luso y llevar las imágenes de la guerra española al resto de Europa.
A día de hoy, Barrancos sigue siendo un pueblo -con 2.000 habitantes- de espíritu libre. Su alcalde, António Pica Tereno, que lleva en el cargo desde 1994 y pertenece a un partido independiente de una coalición de izquierdas, presume de vivir en un municipio que se ha hecho a sí mismo y que tiene casi de todo. Uno de los proyectos más inmediatos es convertir el Castelo de Noudar -desde el que se divisa el río Ardila y el campo de Coitadinha- en un alojamiento rural.
«Para nosotros sería un gran orgullo que nos dieran la Medalla de Extremadura, somos gente humilde y nos haría mucha ilusión porque los españoles son hermanos, las fronteras se las inventaron los gobiernos». Además, reflexiona, «sería una gran oportunidad para recuperar la memoria histórica que se está perdiendo». «Yo sé muchas cosas porque mi padre me las contaba, pero mis hijos ya no saben ni la mitad, tienen menos interés, pero eso que pasó no se puede olvidar nunca», subraya Carlos Agudo Caçador, de 57 años y otro de los vecinos barranqueños, que habla de los extremeños con mucho cariño.
Sin embargo, la historia de los refugiados marcó un antes y un después en la tranquila existencia de este municipio. La huella de aquel episodio permanece muy viva en la memoria del Tío Marujo y María Remedios. «Una vez vino un español a pedir un trozo de pan a mi casa. Mi madre, que estaba amasando, me dijo: 'Ay hija, es que no tengo nada, dile que se tiene que esperar a que se cueza'. Fui a decírselo y éste me contestó: 'Pues bien ha de llegar y ha de sobrar...' Aquello me llegó al alma. Mi madre hasta lloró. El hombre estaría desesperado y muerto de hambre, pero es que no teníamos nada que darle». A Remedios, más de 70 años después, se le sigue poniendo el vello de punta.
«A mí lo que no se me olvida es una chica soltera con la cabeza rapada que se tiró delante de un camión para que se la llevaran a España. Decía que prefería morir a no volver a su país». Al Tío Marujo se le saltan las lágrimas y tiene que respirar hondo.
Se refiere al acontecimiento que acabó con los campos de refugiados. Se llevaron a los españoles en camión hasta Lisboa y después en barco en dirección al puerto de Tarragona, según un acuerdo al que llegaron ambos países. Desde allí, algunos pudieron escapar y exiliarse en Francia y otros corrieron peor suerte. El teniente Seixas fue castigado por su actuación con dos meses de suspensión y el paso obligatorio a la reserva. Sin embargo, gracias a su humanidad, más de mil extremeños salvaron su vida. Para éstos, los habitantes de Barrancos se convirtieron en los héroes anónimos de la guerra que les tocó vivir."

1 comentario:

Ana Manotas Cascos dijo...

Si que es verdad que estamos perdiendo mucho la memoria historica, espero que no olvidemos lo que pasaron nuestros antepasados en esa guerra tan cruel.
Excelente tú blog.
Un saludo